jueves, 25 de septiembre de 2014

Veranos irrepetibles


Un verano más en el que echo de menos ese reencuentro con mi amiga de la infancia. Vuelvo a subir al cuarto de mi abuela con pasos lentos que hacen crujir la delicada madera, cada peldaño es una herida que se va abriendo poco a poco al notar su ausencia, mis años y el tiempo de recuerdos maravillosos que la vida nos arrancó sin poder disfrutar juntas de la madurez.

Mi imagen reflejada en el inmenso espejo al final de la escalera, nuestro espejo de cuento de hadas, de sueños rotos, promesas incumplidas y momentos maravillosos, donde comenzamos el camino de la adolescencia, el ritual entre lo prohibido y la rebeldía.

El primer pintalabios color grosella, el favorito de mi madre que intentábamos suavizar pegando nuestros labios en hojas de periódico, entre risas y teatro, entre cariño y complicidad. Aquellas gotas de perfume robadas a escondidas que con pulso nervioso nos echábamos detrás de las orejas. Fingir que éramos únicas y arrebatadoras y que la noche nos devolvería los corazones que anhelábamos. Dejar la habitación con la calidez del orden desordenado y bajar atropelladamente por estos mismos escalones huyendo de los ojos de mi madre para volar hacia la noche de un nuevo e irrepetible verano.

Ana I. Díez Rodríguez

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