Sin embargo, no te sentiste desanimada. No. Miraste los botes a tu alrededor y te tranquilizó la idea de que con cualquiera de ellos podías llegar a la orilla de enfrente.
Y no te moviste. La idea de lograr fácilmente tu propósito te bastaba. No necesitabas la realidad física del viaje; te resultó suficiente la sensación de poder hacerlo.
Así es la vida, pequeña. Siempre hay una meta que está del otro lado del agua. Una meta a la que puedes llegar.
Puedes llegar porque siempre hay un bote para eso. Solo que no siempre está a la vista.
No te desanimes entonces, cuando aspiras algo. Llegar es una cuestión de lucha. Y tú sabes luchar.
Cuando quieras algo, busca la manera de alcanzarlo. Y entonces tal vez prefieras quedarte en ese mundo tuyo, cálido, que ahora se te antoja chato y opaco.
Entonces, también comprenderás que la felicidad está en la casa, en el mundo chico. En esta orilla. No en la otra.
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