Tú lo dices siempre… Esa música maravillosa de los grandes maestros te recuerda a menudo el deslizarse de las aguas.
A veces, cae como un torrente impetuoso que baja de la montaña arrollándolo todo. Es agreste y áspera. Casi enemiga.
Otras, es el arroyo travieso jugando entre las piedras. Cantarín y gracioso. Despreocupado e infantil.
En alguna oportunidad te recuerda una fuente encantada. O un lago manso y dormido en un atardecer que columpia los álamos de las orillas sobre las aguas quietas.
Un día, te recuerda el mar embravecido. Otros, el río sereno. Pero siempre el agua, bendición de la naturaleza, elemento de vida y de frescura.
Tus lágrimas, ¿sabes?, también son música. Vivifican como el lago. Riegan como el río fecundo. Son agua clara derramando el bálsamo de su consuelo después de una gran pena.
Encuentra la melodía del llanto, pequeña. No es hermosa, no. Pero después, cuando el dolor ha pasado, queda en el recuerdo como un canto perdido. Un canto sin eco. Así es la vida: el dolor pasa…y se olvida...
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