lunes, 14 de marzo de 2016

El bosque de Westermain


Aquí, aquí, ven si lo deseas,
instruye o sé instruido,
corre por el bosque cual savia de primavera,
gritando: ¡luz, yo te saludo!
Pero ten cuidado.
La trampa puede estar en tu interior:
sus caricias tienen precio.
Aquí encontrarás a la luz invocada,
aquí el secreto nunca es ocultado.
Los esbirros del monstruo podrán hacerte dudar
de cuanto en su giro no se incluya;
¿eres de la raza seca y estéril
que maldice lo que no comprende?
El odio, sombra del grano,
gobierna aquí con sus sierras y garrotes.
Te has perdido en Westermain:
el buitre del sol se lanza sobre la tierra,
carroñero nocturno que ha encontrado su presa;
las copas rebosantes de veneno
gritan brindis a Aquel cuyos ojos están por todas partes;
las flores que cubren el suelo traicionero
gotean beleño y heléboro.
La Belleza, despojada de sus trenzas,
aúlla como si fuese la loca de la naturaleza.
El horror se tambalea ladrando tras sus huellas,
avanzando sobre cascos y pezuñas.
La flaca Sabiduría, perdido su porte de reina,
hace muecas y tropieza.
La Alegoría golpea la mesa con su jarra,
la Impiedad da saltos y volteretas.
Trasgo que bailas, trasgo que vuelas,
trasgo de la muchacha que se convertirá en demonio...
¡Locura de las locuras! Gira con el trasgo de los abismos
dando vueltas a tu alrededor, gira con todos ellos
hasta llegar al manantial pestilente
que brota de Aquel cuyos ojos están por todas partes.
Multitudes incontables entregadas a la maldad y las perversiones.
Y tú preguntas cuál es el nombre de este lugar,
cómo se llama esta sucia madriguera
donde mora la estirpe del ogro y se pudren los huesos:
y su grito te da la respuesta.
Entra, si te atreves,
en estos bosques encantados.


George Meredith





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