martes, 11 de septiembre de 2018

Seguiré volviendo


Ser dibujante a carboncillo, me ha llevado a tener una relación especial con la naturaleza. He viajado mis útiles de dibujo por lugares muy diversos pero de todos los entornos en los que me he perdido durante días, incluso semanas, los bosques han sido siempre mi escenario preferido. Tal vez la razón estriba en la soledad y el misterio que encierran, o tal vez porque siempre que he desembarcado en uno de ellos para conocerlo, he acabado por reconocer una parte de mí misma, por rescatar la parte perdida, la inocencia que creía haber dejado atrás en algún momento de mi infancia.

Algo se rompe en los muros de contención de mi ánimo siempre que me adentro en esos territorios donde todo es posible. En los bosques he aprendido muchas cosas, entre otras la virtud de la objetividad. No he tenido más remedio que hacerlo, he desaguado en muchos los mayores charcos de mis últimos años. No hay nada comparable a medir el tiempo despacio, a enfrentar cara a cara lo cotidiano y lo eterno. Es un impecable ejercicio de abstracción, y también de renuncia a lo que erróneamente creíamos importante. En algunos de ellos he llorado mis momentos duros, he respirado el consuelo que no me proporciona ningún otro espacio o he hallado las respuestas que solo procuran los lugares sin límites mentales. Más allá de la soledad o del rumor, de la espesura o la claridad, para mí el bosque tiene algo de inalterable, algo que emana de su suelo.

No puedo hablar de grandes aventuras vividas en ninguno de ellos, no he participado en proyectos de cooperación o programas de conservación. Solo tengo mi carboncillo y la soledad que acogen esos puertos protegidos al barullo del mundo. Ignoro si comparten conmigo esa dimensión interior que se impone siempre que estamos juntos. Ignoro si son conscientes de mi presencia o si sus árboles transmiten energía a quien los abraza. Solo sé que para mí son bastiones donde me siento a salvo del resto del mundo. Que asumen sin desfallecer mis estados de ánimo, que son un remedio a mi malestar y que reconozco en ellos un cierto sabor de infinita bondad. Para mí, no tienen edad y son los lugares de la tierra donde uno se siente más cerca del cielo.

Seguiré volviendo a los bosques. No sé a cuales. No sé cuándo. No sé cómo. Triste o eufórica, sola o enamorada. Volveré para extender mi saco de dormir y pasear la mirada por las copas de los árboles y las estrellas. Volveré para hartarme de verde, para escuchar el canto del búho o el lamento del viento. Volveré porque quiero sentir de nuevo su consuelo, porque echo en falta recorrer despacio los senderos cubiertos de hojas muertas. Volveré para dejar a los árboles mensajes cifrados con la esperanza de que los acierten a leer. Volveré para depositar en ellos una parte de mis dudas y mis sueños. Para no avergonzarme por reír o llorar, o mejor aún, para sentirme pasajera de mis propias emociones.

Solo espero que sigan ahí. Amigos sin condiciones, sabios, pacientes...


Paz Torres

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