martes, 8 de marzo de 2016

El mejor de los cobijos


El pasado septiembre fue la última vez que me adentré en un bosque y experimenté la misma sensación que sentí la primera vez que me interné en él cuando era niña. La sensación que siempre sufría era de una congoja, sin llegar al miedo, provocada por lo desconocido.

Paseaba por un sendero pedregoso transitado únicamente por algún que otro caminante y animales de pasto en busca de hierba fresca. El camino estaba flanqueado por árboles cuyo colorido abarcaba toda la gama del verde y que apenas dejaban divisar la naturaleza del suelo.

El crujir de las hojas bajo mis pies, amortiguaba el sonido de mis pasos y un entorno de imponentes hayas asemejaban majestuosos personajes con sus ramas extendidas como brazos abiertos. Agudicé el oído al sentir un sonido furtivo de lo que podría ser un corzo. El aire era limpio y traía aromas de madera, de piedra húmeda, y de hojas marchitas. El tiempo parecía detenido. Permanecí un tiempo allí, …… Siempre que regreso a ese bosque presiento que algo mágico me rodea. Y aunque sea el mismo escenario, cada vez que lo visito parece que se ha transformado. En verano, la sombra proyectada por los árboles amortigua la cálida atmósfera del interior. En otoño, el colorido de las hojas, de un cobre rojizo, produce desde fuera la sensación de que el monte estuviera ardiendo y el viento duplica el efecto de la lluvia que lo empapa todo. En invierno, la nieve proporciona una luminosidad especial a las gotas congeladas sobre las ramas, que cobran el aspecto de un escaparate de joyería. Y en primavera, el renacer de los tiernos brotes provoca una sensación de esperanza.

Este es mi bosque. Este es mi rincón del mundo. Si algún día no me encuentran, que me busquen aquí.

Izaskun González Gabarain

No hay comentarios:

Publicar un comentario